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Jaume Plensa: "Las cosas importantes en la vida son invisibles"

08.04.2020 13:42

De niño, cuando su padre tocaba el piano, solía meterse 'dentro' para notar la vibración. El de ahora es otro tipo de 'encierro', más silencioso, más angustiante también. El escultor Jaume Plensa (Barcelona, 1955), que ha visto caer todas las citas de su apabullante agenda internacional, ha cerrado su estudio de Sant Joan Despí -"no quería que nadie corriera riesgos"- y ha abierto el taller de su cerebro.

-Al menos, no estaba en la otra punta del mundo.
-Volvía de Hawái, pasando por Pittsburgh, y cancelé un viaje a San Petersburgo -una de mis esculturas está instalada delante del Hermitage- justo cuando Rusia empezaba a poner pegas a la entrada de españoles. Un golpe de inspiración. Ahora estaría allí.

-¿Cómo lleva este giro inesperado?
-Estoy completamente en 'shock', pero fascinado con el comportamiento de la ciudadanía. Es más espectacular que el de los políticos. Me horroriza que algunos estén más pendientes de qué pasará con el mercado antes de si morirá alguien más hoy. El civismo me emociona. Yo creo en la gente.

-Su obra siempre aspiró a generar silencio. Lo ha conseguido.
-Yo buscaba un silencio poético, interior, que recuperara las vibraciones de nuestro cuerpo. Este es un silencio inquietante, incluye el silencio doloroso de la enfermedad y la muerte.

-Y sus grandes cabezas están en espacios públicos sin público.
-Me emociona que mi obra forme parte de la comunidad. Chicago abre el agua de mi 'Crown Fountain', en el parque del Milenio, para anunciar la primavera. Eso me hace muy feliz. En 'Macbeth' hay un momento en que dice: "Toda noche, por larga y sombría que parezca, tiene su amanecer". Estamos en una noche larga y hay que tener paciencia para esperar esa mañana.

-Su talante le favorece. Es paciente.
-Yo estoy bien cerrado, sí. No soy muy social, es verdad; pero adoro viajar. Me encanta ir en avión, porque es donde más estoy conmigo mismo. Y en casa, ahora, es como si estuviera en otro país, en una isla utópica. De hecho, mi cerebro es mi estudio. Hago algo que no necesita lápiz ni papel: pensar. Solo uno, sentado, pensando. ¡Qué maravilla! Llegas a lugares que nunca habías imaginado. 

-En este 'viaje', ¿qué ideas le afloran?
-Siembro semillas y llegará el momento de la recogida. Cuando volvamos a disfrutar de estar juntos, el arte nacerá espontáneamente. Mientras, veo una gran creatividad en las redes. La gente las transforma en un instrumento de comunicación casi físico. Esa es la cualidad del ser humano, la capacidad de transformar lo inesperado.

-¿Imagina una representación plástica del coronavirus?
-No sé si fue un presagio, pero la exposición que hice en el Palacio de Cristal del Reina Sofía se titulaba 'Invisibles'. Las cosas más importantes en la vida son invisibles. El amor y el odio lo son. El coronavirus lo es.

-Ama jugar con las palabras. ¿Cuál define este extraño escenario?
-La palabra 'utopía'. Es lo que hace que el ser humano se mantenga erguido y orgulloso. La belleza es un concepto utópico; la buscamos sin llegar a ella. Pasamos desastres naturales, guerras, pandemias, y hay algo de extraordinario cuando las superamos. Esta vez, se trata de una lección de vida.

-¿Pasa a limpio alguna en particular?
-Se han suspendido exposiciones mías en Chicago y Nueva York, las ferias de Basilea y Hong Kong; todo en lo que estaba basada mi economía. Ves que no sirve ser brillante, ni culto, ni dinámico. Y he vuelto a apreciar la lentitud. Para la primera exposición que hice en París escribí: "Lento, tres veces más lento, ser tan lento como un diluvio". Lo había olvidado.

-¿Dónde encuentra el confort?
-He recuperado la novela negra y, sobre todo, nunca había hablado tanto con mi mujer, Laura [Medina]. Cuando mis tres hijos se fueron de casa, volvimos a ser como novios. Esta ruptura de la rutina nos ha devuelto un poco eso.

-¿Aventura qué vendrá después?
-Soy un artista y la vida de un artista siempre es de una gran fragilidad. No nos ponemos tan nerviosos como empresarios y trabajadores, que ven su futuro en peligro. Un artista no tiene futuro. Un artista es.

-Sí sabrá qué es lo primero que querría hacer.
-Abrir las puertas del estudio, reencontrarme con la gente y festejar que volvemos a construir las piezas que dejamos a medias y que, seguramente, habrán 'evolucionado' en nuestra ausencia. 

-Igual Barcelona le encarga –¡al fin!–una obra para la ciudad.
-En todo caso, tendríamos que dejar descansar a Gaudí y los contemporáneos dejar un legado. Quizá después de todo esto, será una obligación moral celebrar Barcelona con algo que fuera tan inútil como vivir, respirar, querernos.