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La Barcelona esgrafiada, 1.500 obras de arte con el simple gesto de alzar la vista

02.02.2024 21:50

Más de 10 años ha tardado Lluís Duran en hacer lo que ningún otro barcelonés, ya sea por falta de tiempo, paciencia o quizá por carecer de la especial mirada de este diseñador gráfico ya jubilado, había hecho antes: ir en busca de los esgrafiados con los que se visten los edificios de la ciudad.

Salió de expedición, con su bloc de notas y cámara de fotos, cuando tenía 70 años y ahora, con 80, terminado aquel viaje, el departamento editorial del Ayuntamiento de Barcelona no ha dudado ni un instante en publicar tan homérico trabajo de campo, porque parecerá, de entrada, que esa milenaria técnica de decoración ha sido empleada en Barcelona en varias decenas o un par de cientos de edificios. Qué va. Son unos 1.500, con una plusmarca del Eixample sorprendente, 800, más de la mitad de toda Barcelona.

Es lo que tiene ir pendiente de la pantalla del móvil o de los escaparates de las tiendas, que bastaría con alzar solo un poco la vista y descubrir, como ha hecho Duran, detalles inimaginados y, sobre todo, mucha belleza. Eso, lo primero. Después, claro, asalta la duda. ¿Por qué? ¿Cuándo? ¿Cómo? A esas preguntas responde ‘Barcelona esgrafiada’ de la mano, claro, del autor, pero también de los historiadores del arte Teresa M. Sala y Daniel Pifarré, del arquitecto Joan Casadevall y del profesor de Belles Artes Salvador García Fortes. Es un trabajo coral estupendo y una nueva ocasión de aquellas en las que la lectura de la letra pequeña del manual de instrucciones de esta ciudad depara sorpresas.

El esgrafiado, que no hay que confundir, por ejemplo, con una pintura al fresco, como esas que colorean las fachadas de Llúria con Consell de Cent, o sea, las primeras cuatro esquinas del Eixample, es una técnica, con un poco de manga ancha, en realidad prehistórica. Hay notables registros, de los más añejos que se conocen, en el parque nacional de Mercantour, en el sureste de Francia, que gracias a ellos el lugar es conocido popularmente como el Valle de la Maravillas. Un petroglifo culminado con pintura no deja de ser un esgrafiado, y allí, junto a la frontera con Italia, los hay de 8.000 años de antigüedad.

Mercantour está a menos de 700 kilómetros de la plaza de Catalunya y, sin embargo, no fue hasta principios del siglo XVII y principios del XVIII que esta técnica decorativa viajó hasta Barcelona. Lo hizo, además, con un cierto desfase, con lo que podría considerarse una anacronía. La ciudad era celosa de lo que el ‘settecento’ supuso para las ciudades del norte de Italia, así que, con más de un siglo de retraso, se espejó en ellas. Los aproximadamente 400 esgrafiados vivos de lo que antaño fue la ciudad amurallada atestiguan esa etapa. El propio ayuntamiento fomentó esa fase. A través de edictos permitía que los edificios crecieran en altura gracias a la estabilidad que proporcionaba el ladrillo, pero solo si después la fachada era pintada con olores validados por la corporación municipal, bajo multa de 100 reales en caso de incumplimiento y la obligación de volver a utilizar la brocha para corregir el desaguisado.

$!Diputació, 310.

El uso del esgrafiado, sin embargo, cayó en desuso. Podía no haber sobrevivido a la caída de las murallas y al renacimiento de la ciudad, pero ahí estuvieron los ‘noucentistes’ y modernistas para evitarlo, aunque entre estos últimos hay que señalar que, lo que son las cosas, Antoni Gaudí mostró un casi nulo interés por esta técnica.

Explica Duran, puestos a buscar un trazo común en los esgrafiados que ha retratado en el Eixample, que tal vez hay dos características singulares en ellos que no se dan tanto en sus predecesores de Ciutat Vella. Lo primero, la profusión de elementos vegetales, como una artimaña para disimular lo poco naturalizada que iba a ser la nueva ciudad. Lo segundo es más sutil. Es el orden de los factores.

Las fincas del Eixample, y esto no es ningún secreto, fueron levantadas como una inversión. Las familias burguesas vivían en señoriales pisos principales, a los que se accedía por escaleras de mármol y pasamanos de maderas nobles, y en las plantas superiores residían, con menos lujos, los inquilinos que, al cabo de los años, con sus arredramientos mensuales, acabarían pagando las obras de construcción y mucho más. Es curioso, en ese sentido, que en las fachadas de algunas fincas esgrafiadas, como en la llamada Casa dels Cargols (Tamarit, 89), la riqueza ornamental tenga su cénit en las últimas plantas.

$!Balmes, 81.

El libro sale a la venta oportunamente esta semana, es decir, en unas fechas con los árboles pelones, vamos, ideales para la observación, para hacer a ratos lo que durante 10 años ha hecho Duran. Parecerá fácil. No lo ha sido. “En todos los casos tuve que esperar al momento perfecto para hacer las fotos. Mejor días encapotados, sin luz directa. En ocasiones pedí permiso a vecinos para tener una mejor perspectiva. He conocido así gente encantadora. Y luego, lo confieso, ha habido detrás un paciente trabajo de ‘photoshop’ para eliminar cables y otros elementos de distracción”.

El resultado final es una obra que puede calificarse de indispensable en la biblioteca de la historia de esta ciudad, por eso el ayuntamiento se la ha publicado. Por eso, y también porque no es esta la primera vez que las expediciones urbanas de Duran terminan en la imprenta municipal. Se atrevió primero en 2012 con un recorrido por las puertas de las fincas de Barcelona que, sin duda, merecen el calificativo de tesoros patrimoniales, y en 2015 radiografió las esculturas de las calles, plazas y parques.

* Texto de Carles Cols

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